Pensando en tiempos de
pandemia sobre la pos-pandemia, y sin el ánimo de ser catastrófico, es importante
pensar en una serie de posibles escenarios que se avecinan para nuestras
cotidianidades:
Mentalidad de
cuarentena: Es
natural que luego de una experiencia estresante nos enfrentemos a formas de
pensamiento que eran útiles en ese momento pero que posteriormente pueden no
serlo tanto, algunas personas podrían presentar un tipo de paralización mental
en las formas de pensar que desarrollaron durante la pandemia. Será prioritario
que superemos esa “mentalidad de cuarentena” en especial cuando comencemos a
ejercer nuestro derecho al libre desplazamiento y debamos aún ajustarnos a
medidas de protección básicas y más adelante cuando definitivamente no sean
necesarias.
El miedo, tan
necesario para protegernos y actuar en consecuencia con la amenaza y el riesgo,
puede llegar a paralizar a algunas personas y esta parálisis se podrá observar
en sus formas de pensar, sus esquemas de comportamiento, las formas de
reaccionar intuitivamente en diferentes escenarios, en especial el social y
durante las interacciones sociales. Es posible que para algunos el esquema
mental de desconfianza y alejamiento sea una forma “natural” de relacionarse y
deberán lograr superar dicha sensación para recuperar el espacio de la
confianza personal, la intimidad con las personas cercanas, las formas de
saludo, hablar en público, compartir espacios cerrados sin estar pensando en la
“amenaza potencial” de contagio.
Todas estas cosas
implican que habrá que trabajar de nuevo en la creación de vínculos de
confianza, evitar la consolidación o superar las fobias, los comportamientos
obsesivos – compulsivos (lavarse las manos constantemente, usar geles
desinfectantes o alcohol para “prevenir” contaminarse), en este sentido la
manera como nos iremos exponiendo a lo que conocemos como la “vida normal” debe
ser tenida en cuenta como un elemento fundamental del regreso a lo cotidiano
previo a la pandemia. Esta situación es mucho más relevante si no solo pensamos
en los que son considerados “normales”, adaptados o sanos e incluimos en nuestra
reflexión a todas aquellas personas que previo o durante la pandemia y el
aislamiento han desarrollado algún trastorno del comportamiento y un trastorno
de la personalidad; igualmente si pensamos en la huella que podría quedar en
los niños y sus capacidades de socialización.
No olvidemos que los
comportamientos evitativos empeoran las fobias y refuerzan las ideas negativas
sobre un peligro real o imaginado. Aunque la tecnología nos ayuda en algo, no
es lo mismo ver a tus amigos por la pantalla que encontrarte con ellos, dar la
mano, besar su mejilla, abrazarlos, hablar de cerquita y estar juntos un largo
rato. Por lo tanto, el aislamiento (obligatorio o no) tendrá repercusiones
psicológicas y mientras más dure mayor serán las consecuencias en la salud mental,
podríamos vernos frente a otra pandemia relacionada con trastornos como la
agorafobia, la fobia social, las características de personalidad evitativa, el
miedo a salir de casa, la negación a cumplir citas o estar en reuniones
sociales, que posiblemente no se podrán resolver fácilmente por sí solas o
mediante el tiempo que pasa.
Hay elementos nuevos
en la interacción social que inicialmente nos permiten regresar a la calle, al
trabajo, a los espacios abiertos, pero que con el paso del tiempo podrían tener
efectos inesperados, es el caso de las mascarillas de protección.
Las máscaras se han asociado históricamente a la desconfianza, al miedo, al
crimen. La pandemia nos ha obligado a resignificar esto, sin embargo, siguen
brindando la posibilidad de ocultar el rostro y esta situación puede ser
riesgosa en sociedades que tengan índices altos de criminalidad y esta
situación afectará aún más el período de adaptación de los buenos ciudadanos,
realmente no hay nada malo en el uso de la máscara, pero las posibilidades son
las que rondan en la mente y este simple ejercicio es un claro ejemplo de lo
que podría pasar a muchos, de cómo se generarían sesgos y desconfianzas
innecesarias, habrá un momento en que sean parte de lo “cotidiano”, hasta que
se entiendan solo como una prótesis útil para la salud general y que facilitan
volver a socializar, a salir a la calle y los espacios abiertos, evitando
ponerse en peligro o poner en peligro a los otros, lo cual es una forma de pensamiento
más empático y menos paranoide.
Seguramente los
diseñadores trabajarán en hacer las máscaras más “estéticas” sin perder su
función vital y aparecerán “marcas” como las de las gafas o las gorras, a la
medida del gusto del consumidor y promocionadas por algún “influencer” en sus
selfies.
Esto nos lleva a
pensar también en el impacto de esta pandemia sobre el sistema judicial,
que históricamente se ha caracterizado en Latinoamérica por estar “colapsado”,
ser ineficiente e injusto. Hay que pensar en el hacinamiento carcelario como
factor de riesgo grave para la propagación del coronavirus. Se debe repensar la
política carcelaria y la política criminal (en caso de que realmente existan y
no sean un simple saludo a la bandera) replanteando cómo tasar las penas y la
posibilidad que muchos delitos no conlleven obligatoriamente el encierro
intramural de sujetos que no son realmente peligrosos y/o violentos. Determinar
qué hacer con los grupos de detenidos y condenados mayores de 60 años o con
quienes cumplen condenas por delitos menores y sin uso de violencia contemplar
la detención domiciliaria (casa por cárcel) las formas de vigilancia de las
personas mientras cumplen sus medidas de seguridad y las condiciones de la
libertad condicional, así como la posibilidad de evaluar mejor la reincidencia carcelaria,
así como la eficiencia de los procesos de resocialización.
El solo hecho de
pensar en el espacio en que se celebran las audiencias de juicio oral,
usualmente mal ventilado y en ocasiones pésimamente distribuido, un juez, su
auxiliar o secretario, el fiscal (sin contar con que necesite otro de apoyo),
el representante de víctimas, el defensor (o varios de ellos), el procurador,
el policía custodio, el acusado (en caso que sea solo uno), la víctima, los
testigos, el o los acusados y posiblemente los guardianes del INPEC o los
encargados de la custodia de estos, nos pone a pensar de inmediato en la salud
de todos ellos y la posibilidad de que se contagien; la rama judicial aún no
implementa los protocolos básicos de seguridad; imaginemos la congestión y las
interminables agendas y aplazamientos de los procesos debido a que hay que
esperar como mínimo una hora después de la audiencia para poder reutilizar la
sala una vez sea desinfectada y eso en caso de que la audiencia de juicio no
demore todo el día. No se han desarrollado y formalizado los protocolos y
procedimientos para realizar adecuadamente audiencias de juicio oral utilizando
las Tecnología de Información y Comunicación TIC que faciliten evitar riesgos a
los servidores de la justicia y descongestionar, o por ejemplo el uso de
softwares para analizar el comportamiento del testigo mediante la detección del
estrés asociado a las respuestas y las microexpresiones faciales emitidas por
este, ello con el propósito de ayudarle a nuestros jueces a valorar la
credibilidad y veracidad del testimonio y de los testigos que ya no estarán ahí
cerca del estrado y a quienes no podrán observar desde su ingreso a la sala de
audiencias hasta la salida de esta; la nueva cultura necesaria para respetar el
uso de la palabra, la forma de hacer oposiciones o evitar que un testigo
experto use cualquier tipo de “ayuda” para su exposición o “negarle que lea un
informe”; o la manera de revisar si el documento presentado al testigo o a la
contraparte es el mismo del que se dio traslado de forma previa, o el manejo de
la cadena de custodia de las evidencias físicas, entre otras muchas situaciones
que solo las hemos pensado para nuestra “vida normal” y sin riesgo de contagio.
Posiblemente nuestros queridos jueces tengan que cambiar la toga, con todo y su
poder simbólico, por trajes de bioseguridad.
La pandemia
agravó la ineptitud política y la corrupción, actualmente no se pueden reunir fácilmente
para deliberar y tomar decisiones debido a los riesgos ya conocidos; tal vez
afortunadamente para muchos de ellos, como lo muestran las estadísticas de inasistencia,
ya no necesitan inventarse excusas para no asistir a las sesiones del congreso,
la cámara de representantes, la Asamblea departamental o el Concejo municipal.
Pero eso no es lo más grave cuando reflexionamos en lo que puede ser el
escenario para la votación en las próximas elecciones en caso de que se deban
realizar en una situación como la actual o de restricción al contacto social.
Ahora sí que es importante implementar y utilizar de forma masiva el voto
electrónico; protegerlo de los posibles depredadores que van a intentar
atacarlo y aprovecharlo para su beneficio. Se deberán diseñar también estrategias
para el uso de los tradicionales “puestos de votación”, lo que seguramente nos
llevaría a interminables filas con un metro de distancia entre los votantes, el
uso de medidas de seguridad para los jurados de votación (vuelve y aparece el
problema del uso de mascarillas) y la posible suplantación o los cambios
temporales de personas o cualquier otra triquiñuela. Al final seguro que
terminamos con una disminución dramática de votantes bien sea por miedo al
contagio, por cansancio haciendo fila o porque nunca alcanzaron a entrar a
ejercer su derecho.
Otro elemento
importante asociado a la productividad y la calidad de vida es la necesidad de
lograr construir una estructura sólida y confiable para el cuidado
infantil. Este es uno de los impactos más fuertes de la pandemia, en
especial para las familias en las cuales ambos padres laboran y han tenido que
asumir el cuidado, la educación, la recreación y el uso del tiempo libre de sus
hijos en casa, lo que algunos hoy día llaman transformarse en sujetos
“multitarea” y que al final agobia y va en detrimento de la calidad de vida y
la formación de los niños. Se perdieron los espacios para salir a jugar con los
amigos en el parque, ir a la piscina, a la clase de yoga, al gimnasio, a la
biblioteca, a la clase de música, etc., que tanto nos han servido para
estimular la inteligencia de los niños, socializarlos, usar inteligentemente el
tiempo libre.
Todo esto se nos había
convertido en lo usual y no nos dejaba ver la importancia de las personas que
se dedican a poyar a quienes crían hijos y deben trabajar, en ocasiones en
condiciones desventajosas como el caso de las madres y padres solteros o que
tiene salarios bajos y ya no pueden siquiera dejar a sus hijos con los abuelos
porque estos últimos son población de alto riesgo que el niño puede “infectar”
antes de darnos cuenta.
Hoy es fácil darnos
cuenta que las personas dedicadas al cuidado infantil son trabajadores de “bajo
sueldo”, para la muestra los programas de “madres comunitarias” sin las
adecuadas capacitaciones ni ayudas, o el caso de para aquellos que intentan ser
emprendedores y luego de estudiar una carrera universitaria en educación y
cuidado infantil no tienen acceso a créditos y beneficios que les permitan
mantener a flote sus emprendimientos y dar empleo de calidad a otros cuidadores,
por ejemplo quienes han intentado con jardines infantiles o academias de
iniciación musical o deportiva, entre otros, o quienes ahora han establecido
centros de cuidado infantil de emergencia.
Esta situación ha
obligado a algunos empleadores a ser mas razonables y sensibles para diseñar
horarios flexibles y otorgar permisos parentales remunerados, casi exclusivos
de “altos” ejecutivos a quienes ahora les aparecen inesperadamente sus retoños
en plena reunión de Teams, Skype o Zoom, y comienzan a entender que los
conductores, empleados de mantenimiento, aseo, enfermeras, etc., no pueden ir a
trabajar si no hay alguien que cuide responsablemente a sus hijos,
transformando a los cuidadores en “la fuerza de apoyo para la fuerza laboral”.
Tal vez esta visibilidad y reconocimiento que se da por las actuales
circunstancias sirva para mejorar y valorar en adelante el trabajo de todas
estas personas.
Los efectos de
esta pandemia en la economía serán incalculables, pero en especial puede haber
variaciones en los hábitos de consumo y del gasto en la mayoría de nosotros.
Aún después que se logre salir de la cuarentena muchos de nosotros no vamos a
estar dispuestos a arriesgar la vida para ir a centros comerciales,
restaurantes, cines, bares, estadios, entre otros lugares. Esto afecta también
a las decisiones financieras, la forma de gastar el dinero, de solicitar
préstamos, usar tarjetas de crédito, comprar vehículos, vivienda, decidir
casarse, tener hijos y vivir en las famosas “grandes ciudades”. Es posible que
muchas personas ya hayan perdido sus empleos o lo pierdan entre el corto a
mediano plazo, afectando sus posibilidades de tener planes de salud, pagar
alimentos, servicios públicos, arriendos, hipotecas o prestamos de todo tipo.
Fácilmente podríamos
vernos en tres tipos de perfiles económicos:
a) Una minoría que tenía ahorros
suficientes para mantenerse a flote uno o dos años y sin deudas. Estos
posiblemente salgan a flote después de las crisis económicas, consigan comprar
propiedades y objetos de valor a bajo precio y logren acceder fácilmente a
créditos bancarios en caso de necesitarlos.
b)
Un
grupo un poco mayor, con pocos ahorros, como para sobrevivir máximo 6 meses y con
deudas bancarias no muy representativas; que van a terminar sin ahorros y más
endeudados, en especial a largo plazo y con intereses onerosos. Tal vez algunos
logren mantenerse y hasta recuperarse, pero muchos perderán capacidad económica
dramáticamente, viendo afectados sus proyectos de vida a largo plazo.
c) Un gran grupo, sin ingresos fijos,
sin ahorros, con deudas de todo tipo que podrían llegar a niveles de pobreza
graves, de los cuales no saldrían en décadas, poniendo en riesgo su
supervivencia.
En nuestras economías
siempre dependientes y endeudadas, no es posible pensar más allá de un
“subsidio muy magro” y durante un corto período de tiempo; nada parecido a la
idea de implementar el llamado Ingreso Básico Universal (UBI) que se propone en
las economías sólidas, mediante el cual el Estado (con la capacidad suficiente
reitero) pretende dar un ingreso básico durante la pandemia y durante un tiempo
posterior a esta para que sus ciudadanos puedan sobrevivir con dignidad, ya que
sin ser su culpa directa están necesitando dinero para subsistir. Ello ayudaría
bastante a quienes pierdan sus empleos o a las personas que por sus trabajos en
muchos casos llamados “informales” ahora les toca quedarse en la casa y
arriesgar su salud y la de otros.
Esta situación hará
que nos volvamos más ahorrativos, pero no necesariamente para “guardar” dinero
en los bancos, quienes no solo pagan intereses vulgarmente bajos a los ahorradores,
por ejemplo, muchísimo menos que el costo de las “cuotas de manejo” que
descuentan automáticamente de forma mensual o trimestral por “hacernos el
favor” de guardar nuestro dinero y pasarnos al paradigma del “dinero plástico”,
supuestamente siempre disponible o de podernos gastar lo que aún no tenemos. En
muchos casos podríamos volver a manejar el dinero en efectivo, los intercambios
o trueques, las transacciones “informales” que, a la larga, van a sacar del
juego a los banqueros quienes para “captar” van a tener que volver a darle
valor al dinero de los demás.
Habrá mucho menos
“emprendedores”, todos estarán intimidados y se disminuirá la confianza para
invertir y arriesgar en proyectos o invertir en “bolsas de valores”, tendremos
que ahorrar no para un simple invierno sino para una larga sequía que podría
durar bastantes años. Debemos volver a sembrar en huertos familiares, en
huertas comunitarias, utilizar hidropónicos en el balcón, podríamos sembrar
huertas en la terraza de los edificios, esto nos hará valorar más el tener una
casa con el espacio para una pequeña huerta y un gallinero que una casa
campestre de descanso con piscina. Posiblemente usaremos menos “juegos de video”
en comunidades virtuales de “gamers” y utilizaremos más juegos de mesa, volveremos
leer más, a leer en familia, a ser buenos conversadores y seguro que renacerán
nuestras cualidades de “cuenteros”, de contadores de historias. Seremos más
ahorradores en muchos sentidos.
En fin, amanecerá y
veremos, ojalá que esta sea una oportunidad de crecimiento y resiliencia para
mejorar nuestra calidad de vida y recrear nuestras prácticas cotidianas.
Referencias:
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