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IDENTIFICACIÓN DEL COMPORTAMIENTO ANTISOCIAL EN MENORES DE EDAD



La psicología jurídica y forense, en especial el área dedicada al estudio del comportamiento delictivo ha identificado que el acto delictivo es un componente de un amplio conjunto de una categoría llamada “CONDUCTA ANTISOCIAL” dentro de estos actos encontramos: peleas, acciones agresivas, hurtos, hechos vandálicos, piromanía, absentismo laboral y/o escolar, huir de la casa o mentir frecuentemente.

Estos comportamientos infringen las buenas costumbres, los usos aceptados, las reglas éticas y las expectativas sociales, muchos de ellos también reflejan acciones contra el entorno, incluyendo a personas y propiedades. Así, muchos términos como delincuencia, trastorno de conducta, conductas de exteriorización (conductas impulsivas) o problemas de conducta, denotan con mayor o menor intensidad conductas antisociales.

Es posible que estas conductas o comportamientos inicien a edades tempranas, la preadolescencia y adolescencia, ya que en ocasiones son parte del proceso de desarrollo evolutivo de los menores, pero en dicho caso desaparecen sin dejar problemas serios en la estructura de la personalidad del adulto.

La literatura forense (Kazdin y Buela,1994) propone que para reconocer o identificar el comportamiento antisocial se debe acudir a la atención especializada teniendo en cuenta: “en primer lugar, que se tome el desarrollo normal como paradigma de evaluación con el que contrastar la conducta antisocial; y en segundo lugar, tener en cuenta las características de la propia conducta que influyen en la probabilidad de que ésta se considere clínicamente significativa (frecuencia, intensidad, cronicidad y magnitud)”.

Según esto los criterios aquello que nos permite referirnos al comportamiento antisocial en menores de edad implica las siguientes características (López, 2008):

· La FRECUENCIA o el grado en que un niño se ve envuelto en conductas antisociales: obviamente no es lo mismo un hurto o pelea esporádica, que el niño se vea envuelto continuamente en este tipo de conductas.
· La INTENSIDAD o importancia de las consecuencias de una conducta cuando esta tiene lugar: conductas como prender fuego o agresión con objetos contundentes pueden ser de baja frecuencia, pero la gravedad de estos actos y la magnitud de sus consecuencias obliga a una atención especial por parte de instancias clínicas o legales.

· La CRONICIDAD o persistencia de la conducta antisocial: hace referencia a la repetición y prolongación del historial de la conducta en el espacio y el tiempo. Un ejemplo de conducta aislada puede no llamar la atención de los demás hacia el niño, pero la repetición de la misma a lo largo del tiempo y en diferentes contextos confiere a las conductas una mayor significación.
· La MAGNITUD o constelación de conductas antisociales: es decir, cuando distintas conductas antisociales se presentan juntas, de tal forma que a mayor variedad de conductas antisociales peor pronóstico.

Estas características, en conjunto, son necesarias para definir si existe un comportamiento antisocial en el menor; nos facilitan identificar al “NIÑO ANTISOCIAL” debido a que no se refieren a comportamientos aislados, de corta duración y no muy intensos, que van desapareciendo a medida que se da el desarrollo adecuado del menor. En caso que sean frecuentes, graves, se cronifiquen y diversifiquen afectando el comportamiento diario y causen problemas importantes para las personas que se relacionan con el menor (padres, familiares, maestros, compañeros de estudio u otras actividades, mascotas, adultos mayores, etc.) en especial debido a actos de agresión física, serán consideradas como “DESVIACIONES SIGNIFICATIVAS DE LA CONDUCTA” en cuyo caso encontraremos también que existe historia de problemas de salud mental reportados en los servicios de salud, en las instituciones educativas y de justicia.

Esta DETECCIÓN TEMPRANA facilita la intervención individual al menor, que debe ser apoyada por otra de tipo psicosocial (familia y escuela), para PREVENIR que estemos ante el inicio de los efectos que causarán graves problemas de comportamiento en la vida adulta en las relaciones interpersonales, laborales, sociales o en aspectos de tipo psiquiátrico. Según Robins (1996) la mayor parte de los adultos diagnosticados con personalidad antisocial fueron antisociales en su etapa infantil. Este autor analizó diferentes muestras de niños con conducta antisocial evaluándolos 30 años más tarde, demostrando que LA CONDUCTA ANTISOCIAL INFANTIL PREDECÍA PROBLEMAS MÚLTIPLES EN LA MADUREZ (de adultos sufrían disfunciones con síntomas psiquiátricos, de conductas delictivas, de salud y ajuste social). Las conclusiones a las que llegaron Robins y Ratcliff (1978) siguen siendo actuales: el adulto antisocial generalmente falla en:
- Mantener relaciones íntimas con otras personas,
- Desempeño laboral es deficiente,
- Está implicado en conductas ilegales,
- Tiende a cambiar sus planes impulsivamente y
- Pierde el control en respuesta a pequeñas frustraciones.
- CUANDO ERA NIÑO SE MOSTRABA: intranquilo, impulsivo, sin sentimientos de culpa, funcionaba mal en la escuela, se fugaba de casa, era cruel con los animales y cometía actos delictivos.

Un patrón similar de resultados fue hallado en otro estudio realizado en la universidad de Cambridge por West y Farrington, en el que se señala que la delincuencia es un elemento más dentro de un estilo de vida antisocial (West y Farrington, 1973; Farrington, 1994).

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